Omar Galliani "New flowers, new saints"
Tenía contradicciones continuas. Salía con un hombre de 64 y ella sólo tenía 25... pero lo quería. Puede que fuera por la educación que había recibido: su padre también era mucho mayor que su madre. No veía con malos ojos aquella relación, al contario, es lo que había vivido. Pero su día a día no tenía nada que ver con el de él: ella iba a la universidad, se relacionaba con gente de su edad. No podía dejar de compararse con las compañeras de clase, que tenían como novios chicos de la misma edad. Éstos llevaban una vida mucho más activa que ella fuera de las aulas, montaban fiestas en casa y se largaban de fin de semana en cuanto reunían unos eurillos para poder pagarse un hostalillo. Pero lo quería. Y como el típico tópico, él era adinerado. Pero no os penséis que a ella le importaba mucho. Le daba igual. Sus tejanos eran H&M, le encantaban los mercados de segunda mano y no tenía más de tres pares de zapatos. Podía disponer de lo que le diera la gana para comprarse tejanos en Diesel o Calvin Klein... pero ella se sentía cómoda dentro de los de 20€ sin necesidad alguna de gastar inútilmente por un nombre de marca cosido al bolsillo del pantalón. Nadie la creía... se mofaban de ella. Por eso mismo, por la condición del ricachón al que se había "enganchado", por los 39 años de diferencia que se llevaba la pareja [la llamaban "la nieta"]. Era buena chica, no era ningún zorrón, os lo puedo asegurar. El amor es ciego... mudo y sordo. Enamorarse es algo que nunca está en nuestros planes y siempre es inevitable. Bueno, la producción cerebral de dopamina y las demás sustancias químicas euforizantes duran unos tres años, a veces menos, pero nunca más de cinco. En cinco años lo volvemos a hablar.