
Iba como loco. Rastreando, de un lado a otro. Podía intuir cómo se le aparecían los olores frente a la nariz: como el aroma de una buena taza de café. No podía parar... yo lo ataba para relajarlo, al menos reducía su radio de acción a 4 metros, lo que daba la correa. Le venían por la izquierda y por la derecha, sentía que su olfato reconocía todo lo que se movía a su alrededor: personas, bichos silvestres, las cocinas de los alrededores, las flores de los balcones y más, las de las mesas del salón. Lo estudiaba. Y mientras identificaba sus movimientos se me venían a la mente escenas de "El perfume", donde el chaval giraba cada esquina sometiéndose a las esencias de los objectos, de las personas, de cada uno de los rincones de su entorno.
-"Se le pasará", me dijo la doctora. "Es jóven y tiene las hormonas revolucionadas".
Así que nos fuimos a casa, y aún espero el momento a que Buk relaje su nariz y deje de llevarme de un lado para otro cada día, al sacarlo a pasear.