Nunca iba a la pelu. Nunca. Tenía los pelos largos y desaliñados pero era imposible meterse en ningún salón de belleza, le daban pánico.
-Pánico a qué?- Le preguntaba constantemente su compañera de piso.
Pero no sabía exactamente qué le sucedía cuando se cruzaba por delante de una, el ruido de los secadores en marcha y las batas negras le ponían aún más, los pelos de punta. Iba encrespado... seguro que su entorno pensaba que estaba hecho a posta, como si estuviera intentando implantar un nuevo look creado por algún estilista postmoderno y esnob de los de ahora. Pero él sabía que había algo profundo en esa sensación que le acontecía cuando se ponía en manos ajenas, cuando otras manos se disponían a poner orden en su cabeza.
-Todo tiene un porqué- le contestó su compañera de piso.
Pero su melena sigue creciendo, la recoge a diario y espera ansioso conocer a la mujer de su vida, una peluquera que ponga orden en su desequilibrio exterior.