Allí se quedó con un palmo de narices como todas las veces anteriores, una noche cálida de primavera después de apresurarse al dar los últimos retoques a su pelo antes de salir. Iba con tiempo: tenía la hora controlada, sabía hasta el número de pasos que había entre su casa y la estación, tenía el trayecto tan minuciosamente examinado que ningún obstáculo podía interponerse en su camino, ésta vez no estaba dispuesta dejarlo escapar.
Llegó antes de la hora, se sentó en un banco de la estación, puso un ojo en su reloj y el otro lo dirigió al resto de personas que esperaban como ella el mismo tren. No conocía a nadie, las caras eran nuevas… -qué extraño- pensó-.
Pero ella, ensimismada en lo suyo, se centró en estar preparada para que ésta vez nada pudiera impedir que ella subiera al tren. Pero no. No recuerda porqué, ni qué pasó, ni cuáles fueron los motivos. Como por arte de magia, de nuevo se encontró allí sentada, sin nadie a su alrededor, sin nada que poder argumentar, esperando la llegada del tren de las oportunidades.
Llegó antes de la hora, se sentó en un banco de la estación, puso un ojo en su reloj y el otro lo dirigió al resto de personas que esperaban como ella el mismo tren. No conocía a nadie, las caras eran nuevas… -qué extraño- pensó-.
Pero ella, ensimismada en lo suyo, se centró en estar preparada para que ésta vez nada pudiera impedir que ella subiera al tren. Pero no. No recuerda porqué, ni qué pasó, ni cuáles fueron los motivos. Como por arte de magia, de nuevo se encontró allí sentada, sin nadie a su alrededor, sin nada que poder argumentar, esperando la llegada del tren de las oportunidades.
[continuará]