Entró en el bar sin saber si quería estar realmente allí. Iba en un grupo de unos diez, sólo conocía a una de ellas pero pensó que más le convenía un acto socializador que meterse en casa a ver la serie, la única serie televisiva que sigue des de hace no mucho tiempo. Además, la siguiente semana se pondría al día en diez minutos, la experiencia es un grado y tv3 una caja de pocas sorpresas. Entró la última y sin ganas, esperó a que alguien se situara para tomar asiento. Una vez sentada, le entraron las [típicas] ganas de marcharse, visualizó el lugar desde el cual podría abandonar el local sin tener que molestar a nadie y se cambió, antes que el resto hubieran decidido donde sentarse. Al lado tenía un hombre, el más mayor de la mesa. Un hombre de unos 45 años que compartía la misma actividad que ella semana tras semana y del cual no conocía ni su nombre. Al otro lado una chica, su hija, su amiga, su confidente… de unos 30, morena y fría, de sonrisa limitada y ojos desafiantes. Feeling 0. Así que el hombre de 45 le pareció mejor compañero para llevar a cabo una conversación banal, mientras se acababa la cerveza antes de regresar a casa. Y sí, lo fue. Pero no fué banal. Salió de allí pensando que podría haberse quedado un par de horas más sin importarle, más al contrario, le hubiera encantado. No buscaba nada y encontró. Como por arte de magia, las horas se hicieron cortas y las frases largas.
1 comentari:
a los que queremos irnos antes de llegar nos pilla por sorpresa los momentos "que se pare el tiempo, please", son raros, maravillantes, una dulce derrota de nuestro atropellimo.
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